Oliver Sacks, la realidad desde el optimismo
El neurólogo y escritor, en una imagen de archivo. EL MUNDO |
Oliver Sacks, el renombrado neurólogo y escritor británico, murió el
domingo en su casa de Nueva York. Sacks tenía 82 años.
En uno de sus primeros ensayos personales, “Bebés de agua“ sobre su larga
relación con la natación, el médico decía hallar en el agua la libertad de
"un nuevo ser, un nuevo modo de ser" y contaba cómo su padre, quien
siguiendo una prescripción talmúdica le enseñó a nadar, estuvo en forma y
nadando hasta pasados los noventa años de edad. "Ojalá pueda hacer como
él y nadar hasta mi muerte" concluía Sacks.
Hace apenas un mes, también en las páginas del New
York Times, confirmaba la consecución de aquel deseo. "Continúo
nadando cada día, pero más lentamente ahora, pues empiezo a sentir cómo me
falta el aire". El neurólogo continuaba: "podía negarlo antes, pero ahora
sé que estoy enfermo. El siete de julio, un TAC confirmó que la metástasis
no sólo había recuperado su lugar en mi hígado sino que se había extendido más
allá de éste".
Sacks fue el menor de cuatro hermanos en una familia
judía ortodoxa de Londres en el seno de la cual absorbió el amor por la
cultura, el conocimiento y, también, la medicina. Su padre era médico. Su
madre, una de las primeras mujeres cirujanas de Inglaterra. Sacks vivió la
Segunda Guerra Mundial lejos de Londres, en un internado ajeno a los bombardeos
nazis.
Sacks se graduó como médico en Oxford en 1958.
Luego dejó su país natal para visitar Canadá e instalarse, finalmente, en
Estados Unidos. Una tierra en la que encontraría los pacientes y las historias
que su pluma transformaría en algunos de los relatos más memorables de la
historia de la medicina.
Aunque a Sacks se le relacionará siempre con Nueva
York y, en concreto, con el Albert Einstein College of Medicine, donde pasó 45
años, la aventura norteamericana del neurólogo empezó en la Costa Oeste.
Primero su residencia en neurología en el hospital Monte Sión de San Francisco
y luego en la Universidad de California en Los Angeles. Como escribió él mismo
en el New Yorker hace más de dos décadas, "la vida del neurólogo no
es sistemática, como la de un científico, sino que le provee con situaciones
novedosas e imprevistas que pueden convertirse en ventanas, agujeros por los
que espiar la complejidad de la naturaleza".
Ya en Nueva York, Sacks trató en el Hospital Beth
Abraham a pacientes con encefalitis letárgica. Al administrarles la, por
entonces, novedosa L-Dopa algunos de éstos despertaron. Este episodio se
transformaría después en Despertares, un libro que, con Robin Williams
enfundado en la bata blanca, saltaría a la gran pantalla, otorgando fama y
reconocimiento tan global como incómodo al neurólogo, como confesó a este
periódico el colega y también doctor del Albert Einstein College of Medicine, Mark Mehler.
Su trabajo clínico nunca cesó. De hecho, fue la fuente de la que este 'poeta de la medicina' como ha sido
llamado en más de una ocasión bebió para luego, gracias a su inmensa delicadeza
y estilo, transformarla en una forma de introspección universal, en un método
para interrogar la ordinaria existencia humana a través del drama vital de los
cerebros que no lo eran.".
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